En una pequeña granja enclavada en un bosque de Colombia, Iván Lozano inspecciona docenas de recipientes de vidrio con algunas de las ranas más codiciadas del mundo.
El conservacionista lleva años luchando contra el comercio ilegal de ranas tropicales raras, poniendo en riesgo su vida y su chequera para salvar a coloridos y venenosos anfibios cuya población en la naturaleza está disminuyendo.
Pero Lozano no persigue a cazadores furtivos o contrabandistas. Trata de hacerles frente criando ejemplares exóticos de forma legal y vendiéndolos más baratos que los que los traficantes capturan en las selvas colombianas. Su centro, Tesoros de Colombia, es uno de los pocos programas de conservación en el mundo que intenta reducir el tráfico de especies salvajes ofreciendo a sus entusiastas una alternativa más respetuosa con el medio ambiente: animales criados en cautividad.
«No podemos controlar que en otros países sea legal tener estos animales en casa», dijo Lozano. «Pero si podemos hacer que los coleccionistas compren animales que son criados en cautiverio y exportados legalmente».
Los esfuerzos de Lozano por reemplazar a los anfibios venenosos capturados de forma ilegal le han dado fama entre coleccionistas en Estados Unidos, que cada vez más buscan especies que se comercialicen legalmente.
«Antes no había forma de conseguir una histriónica legalmente», apuntó Julio Rodríguez, un experimentado coleccionista de la Ciudad de Nueva York, refiriéndose a la rana arlequín venenosa por su nombre científico. «Si veías una en una colección, probablemente procedía del mercado negro”.
Desde que Tesoros de Colombia empezó a exportar ranas a Estados Unidos hace seis años, el precio de algunos ejemplares codiciados cayó significativamente, añadió Rodríguez. El de una arlequín bajó un 50%, mientras que la rana dardo dorada, otra variedad muy buscada, pasó de alrededor de 150 dólares hace unos años a apenas 30 dólares, apuntó.
«Queremos que los precios bajen a tal punto, que los traficantes ya no tengan incentivo para vender estas ranas”, explicó Lozano.
Su empresa ayuda también a los coleccionistas a criar sus propias ranas para que inunden el mercado y alivien la presión sobre las que viven en la naturaleza, dijo. Las ranas de Lozano no son venenosas porque tienen una dieta distinta a la de las que se crían libres. Pero los coleccionistas todavía las quieren por sus brillantes colores.
«Vivimos de incluir nuevas especies», dijo Lozano, que ya tiene permisos para exportar siete especies, incluyendo la oophaga lehmanni, una variedad tan rara que los coleccionistas se refieren a ella como «el Santo Grial». Lozano está a la espera de la autorización del gobierno colombiano para exportar otras 13 variedades que están amenazadas por los traficantes de animales.
Pero aunque algunos programas de cría han ayudado a atajar el comercio ilegal, otros han tenido consecuencias inesperadas.
Indonesia permite exportar de tres millones de geckos tokay criados en cautividad a los mercados de mascotas de todo el mundo cada año. Pero una débil regulación dio a empresas corruptas la oportunidad de vender ejemplares salvajes como criados en cautiverio, reportó Chris Shepherd, un ecologista que trabajó en el sudeste de Asia durante dos décadas con TRAFFIC, un grupo ambientalista.
Laura Tensen, zoóloga de la Universidad de Johannesburgo, apuntó que en Sudáfrica, las reservas privadas que crían leones para la caza crearon un nuevo marcado para los huesos del felino. El país exporta ahora esqueletos de león a Asia, donde se utilizan en medicina tradicional, lo que dio a los cazadores furtivos de regiones remotas un incentivo más para perseguir a los leones salvajes.
«Con algunas especies, la cría en cautividad podría ayudar” a reducir el tráfico ilegal, afirmó Tensen. «Pero un mercado no siempre reemplaza al otro”.
En un estudio de 2016, Tensen concluyó que es más probable que los programas de cría en cautividad funcionen cuando los animales que producen son tan deseables para los clientes como los sacados de la naturaleza. Estas iniciativas tienen más éxito con especies cuya reproducción es relativamente barata y en lugares donde las autoridades detienen a los traficantes.
«En los países donde el riesgo de ser detenido es bajo, el precio de los animales capturados en la naturaleza es siempre menor que el de los criados en cautividad”, añadió Shepherd.
Lozano asigna números de identificación a sus ranas para dificultar que los traficantes hagan pasar ejemplares salvajes por criados en cautiverio. Pero tuvo problemas para mantener los bajos precios por los costos asociados con la obtención de los permisos de exportación del gobierno de Colombia.
Tardó tres años en lograr el primero, lo que exasperó a dos socios que terminaron abandonando el negocio. Lozano continuó en solitario y adquirió una deuda de cientos de miles de dólares para mantener el centro de cría a flote.
Además, enfrentó a los críticos que han intentado perjudicar su negocio haciendo circular por redes sociales el rumor de que exporta ranas de forma ilegal. Lozano cree que las críticas proceden de traficantes de animales.
«Por nuestra seguridad, tratamos de no dar detalles precisos sobre nuestra ubicación», dijo.
Lozano quiere iniciar ahora un programa para repoblar algunos bosques con ranas criadas en su laboratorio.
En Colombia hay 734 especies de rana, más que ningún otro país a excepción de Brasil. El Instituto Humboldt, un grupo de investigación medioambiental, dijo que al menos 160 de esas variedades de anfibios están en peligro extremo en el país.
«Esta es una situación urgente», apuntó Lozano. «Si no hacemos esto algunas especies se van a extinguir».
AP
Cactus24 (24-05-2019)