Son 26 años que han transcurrido y aún sigue el dolor en el corazón de una madre que, por intuición, sabía que un amor enfermizo le arrebataría la vida a su hija.
Lilibeth Hernández de 15 años de edad fue asesinada a machetazos. Su novio, por celos, le infligió tres heridas mortales en la cabeza.
Yolanda Taguaripano siempre supo que la muerte rondaba a su hija, aunque trató de impedir el trágico destino de Lilibeth, llegó un domingo 31 de julio de 1994.
La joven se enamoró de Aníbal Jiménez, un muchacho que vivía en la misma población donde residía ella, en Onoto, municipio Juan Manuel Cajigal estado Anzoátegui.
El amor que nació entre ellos no fue aprobado por Yolanda, ya que sabía que el jovencito andaba en malos pasos y que representaba un peligro para su descendiente.
“Los vecinos me dijeron en varias oportunidades que mi hija estaba saliendo con Aníbal. Yo me puse en alerta, y debido a la confianza que ambas nos teníamos, le pregunté si eso era verdad. Pero me lo negó”, contó Taguaripano.
Yolanda se tranquilizó con la respuesta que le dijo su hija, pero los comentarios de que Lilibeth estaba saliendo con Aníbal llegaban a su casa. De tanto escucharlos, en una ocasión quiso averiguarlo por su cuenta, y descubrió que aquellos rumores eran verdaderos.
La mujer habló con su hija, no molesta, porque comprendió la mentira que le había dicho. “Como ella sabía que no me gustaba que andara con ese muchacho era lógico que me lo ocultara, por eso comprendí la situación”, dijo Yolanda.
Lilibeth, una vez, se sentó a escuchar los consejos que le daba su madre, que el muchacho con el cual estaba saliendo no era bueno porque provenía de una familia agresiva y que supuestamente se dedicaba a distribuir droga.
La joven no se enojó por lo que le dijo su mamá, solo calló. Yolanda pensó por un momento que el silencio de la mayor de sus cinco hijos: tres hembras y dos varones, la había hecho entrar en razón y que se alejaría de Aníbal.
La desilusión golpeó fuertemente el pecho de la madre de Lilibeth. La adolescente continuó viéndose a escondidas con su amado y eso volvió otra vez a oídos de Yolanda.
El noviazgo de Aníbal no perjudicó en las calificaciones de Lilibeth, pues los profesores del Liceo Tomás Ignacio Potentini de Onoto felicitaban a Yolanda por tener una hija aplicada en los estudios. Sin embargo, la muchacha tomó la decisión de solo llegar hasta tercer año. No se lo dijo con palabras a su progenitora, sino que se lo que expresó con hechos.
No regresó
A eso de las 7:00 de la noche, Lilibeth le pidió permiso a su mamá para salir con unas amigas al centro del pueblo y la madre aprobó la solicitud.
El tiempo de regresar a su casa venció a las 12:00 de la media noche. Yolanda con sus cuatro hijos, sin contar con la figura del padre de Lilibeth, esperó a su hija en la sala de su vivienda, ubicada en la calle Los Tubos del sector Prados del Este, parte alta de Onoto.
La adolescente fue a verse con Aníbal en la plaza El Bambú la noche que no retornó a su domicilio. Pues en ese momento decidió irse a vivir con el hombre cuando apenas tenía 14 años.
Aníbal no se llevó a su amada lejos de su madre, pues él residía con su mamá y hermanos, a tres casas de la de Yolanda.
Yolanda aseguró que durante los 12 meses que estuvo su hija al lado del sujeto que ella repudiaba, hubo maltrato físico.
“Lilibeth luego de irse de la casa, vino a buscar su ropa y sus cosas. Yo solo lloré. Le pregunté que por qué lo había hecho, y ella solo me dijo que fue por amor. Cuando recogió las cosas, le di la bendición y se fue”.
La corazonada de que algo malo pasaría se hacía más fuerte en Yolanda. Las veces que iba su hija a visitarla era porque ya había discutido con su pareja. Los golpes de un hombre inseguro se reflejaban en el rostro de Lilibeth, una mujer de cabello corto y de color castaño, ojos asiáticos; de alma noble y sencilla y de piel dorada que no ocultaba los hematomas que le dejaba su agresor.
Yolanda, cada vez que veía a su muchacha lastimada, sentía que la muerte la acechaba. Respiraba y no era aire, sudaba y no por el calor, saboreaba y no distinguía lo dulce ni lo agrio, pues todo eso se lo provocaba la impotencia de no hacer nada para sacar a su hija del abismo en el cual estaba, ya que ella se rehusaba a dejar de ser víctima de la violencia.
“Las veces que ella venía a visitarme le decía que se quedara aquí en la casa, con su familia, que dejara a ese hombre por su bien. Pero un día se hartó de mí y me dijo: ‘no se meta en mi vida mamá’. Me sentí destrozada porque era la primera vez que me hablaba fuerte”.
A los 15 años Lilibeth tuvo una hija con Aníbal. Fue una bendición y una claridad en el túnel de desgracia en el cual se hallaba la muchacha. Yolanda se convirtió en abuela. Fue feliz por eso, pero el mal presagio aún lo llevaba en su pecho como un amuleto.
La mamá de Lilibeth es enfermera. Aquel fatídico domingo 31 de julio de 1994, como cualquier otro día en el cual Yolanda debía viajar hasta la zona rural Las Beguitas para trabajar en el dispensario de la localidad, mataron a su hija.
La llamada
Ella salió con un grupo de colegas hacia su trabajo ya que había una jornada de vacunación. Su actividad como enfermera se vio interrumpida por unos minutos cuando recibió una llamada telefónica por parte de un familiar. Atendió y el interlocutor le dijo: “a tu hija la tienen en el ambulatorio, está enferma. Vente”.
Su intuición no falló. Luego de colgar la llamada, en su interior sabía lo que había sucedido. Ella pidió a unos compañeros de trabajo que la trasladaran hasta Onoto con la finalidad de ver qué había sucedido con su hija.
En el trayecto, Yolanda no lloraba. Era su corazón que lo hacía. Conservaba las lágrimas para el momento indicado, mientras que su alma pedía a gritos desahogar la rabia y el dolor para no colapsar las emociones. Pero no fue así, la mujer soportó todo eso por más de 30 minutos hasta llegar a donde tenían a su muchacha.
Onoto se estremeció con el homicidio de la adolescente por la forma tan horrenda como fue, ya que anteriormente no había ocurrido algo similar. Los habitantes de ese lugar se concentraron en las inmediaciones del centro de salud. Yolanda llegó hasta allí. Se bajó del vehículo particular que la trajo y vio a su madre Reimunda y a otros familiares más, todos descargando por sus ojos lágrimas.
Lo que su alma y corazón le había pedido a Yolanda hacía 30 minutos, lo soltó en segundos sin esperar un rayo de censura.
-¿Qué sentiste en ese momento?
– Dolor, rabia, impotencia, que el mundo se me había venido encima…
Yolanda aseguró que no sabe cómo fue que asesinaron a su descendiente. Ella no estaba presente en el momento, pero unos vecinos sí le contaron cómo se desarrollaron los hechos.
Lilibeth había bajado al ambulatorio de Onoto con su hija de dos meses de nacida para que los médicos se la vacunaran. Una vez que le colocaron los anticuerpos a la pequeña, decidió retornar a su domicilio.
Antes de ingresar a la casa donde la esperaba Aníbal, la adolescente pasó por la vivienda de una prima y le pidió a su pariente que por favor le cuidara a su niña, que ya regresaría.
Lilibeth ingresó en el hogar donde vivía con su pareja, pero antes entró por la casa de su suegra, ya que las infraestructuras estaban en el mismo terreno. En seguida se originó una discusión que no duró ni cinco minutos, según cautos vecinos que no quisieron revelar su identidad.
El grito
El grito de la muerte se escuchó. La segunda vez que Lilibeth intentó pedir auxilio no pudo hacerlo, pues la sangre que brotaba de la primera herida que le habría hecho Aníbal cerca del cuello, la ahogó y por eso no produjo ninguna palabra.
El hombre se ensañó en contra de la muchacha hasta masacrarle la cabeza con un machete. El piso se convirtió en un mar rojo.
El homicida salió corriendo de la casa. Minutos después un hermanito de Lilibeth llegó y encontró su cuerpo que yacía en la sala.
Conocidos y familiares de la víctima se trasladaron hasta el lugar donde se cometió el femicidio.
Según lo que le contaron unos individuos a Yolanda, su hija se hallaba con vida cuando la llevaron al centro de salud, otros, le afirmaron que ya estaba muerta, tanto que tenía exposición de masa encefálica.
Aníbal abandonó la escena del crimen apartando hacia un lado a sus familiares, quienes supuestamente vieron cómo mataba a la madre de su hija, y que no se metieron para impedir la desgracia. Él se montó en una bicicleta y se fue a entregar a la estación de la Policía del estado Anzoátegui (Polianzoátegui), ubicada frente a la plaza de Onoto.
La pareja de Lilibeth, de 15 años de edad, pasó meses preso. Luego lo soltaron porque supuestamente no podía pagar condena por ser menor, según lo comentado por Yolanda.
La razón por la cual Aníbal cometió el feminicidio fue porque presuntamente su madre le comenzó a decir que Lilibeth lo engañaba, que se veía con otro hombre “ a espaldas de él”.
Solo transcurrió una semana para que la familia del joven que manchó sus manos con sangre abandonara la casa donde residían.
Recuerdo intacto
Yolanda recuerda a Lilibeth siempre. Su presencia la siente cuando ve a su nieta, la hija de su descendiente. Desde que perdió su madre, ella se ocupó de su crianza y de forjarle buenos valores, ya que Aníbal, ni la familia de él, tuvieron el interés de saber por aquella niña a la cual le truncaron los sueños de conocer a su mamá.
– ¿Desde que Aníbal asesinó a su hija, usted no ha vuelto a saber de él?
– No he vuelto a saber de ese hombre. No sé dónde vive ni cómo está. Lo último que supe fue que él le preguntó a una amiga de la familia por su hija. Pero más nada… Gracias a Dios no le hace falta.
Yolanda es una de muchas madres venezolanas que han perdido una hija en manos de hombres que juran amor eterno, que suelen ser “príncipes azules” y que después se convierten en destructores de vidas.
Con su historia de madre, quiere llevarle un mensaje a todas las jóvenes, que “ todo debe llegar a su debido tiempo, no hay por qué apresurarse”.
Yolanda, a raíz de lo vivido con su hija, piensa que adelantarse a las etapas sin haberlas experimentado, trae consecuencias: malas o buenas. En el caso de Lilibeth, fueron graves, pues se dejó llevar por la ilusión de muchacha, más que por el amor. A Aníbal no lo conoció a fondo, se apresuró en su vida sin pensarlo, y sobre todo, no escuchó la intuición de la muerte que siempre perseguía a su madre y que siempre la tuvo hasta ese irreparable domingo.
Cactus24/11-08-2020
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