«Mi vida viviendo con un Adolescente»: Vaya que no es fácil, no es lo mismo escuchar a los pacientes hablar de sus hijos que vivir la experiencia propia.
Bueno la verdad acepto y comprendo su desarrollo, la personalidad de mi hijo es muy atrevida. Y si la acepto es allí donde se abre esa comunicación y confianza entre los dos, porque entendí que el que fue niño ya creció y está evolucionado.
Entenderte con tu hijo es posible.
Existen –se cree– adolescentes estudiosos, ordenados, trabajadores, obedientes, siempre alegres, cariñosos y respetuosos con sus mayores. Si tu hijo es así, no te asustes; probablemente no le ocurre nada malo.
Pero también son muchos los que, en algún momento –o a cada momento–, tienen la habitación hecha un asco, acumulan ropa sucia debajo de la cama, se olvidan de hacer los deberes, pasan a nuestro lado sin saludar, se van de casa sin decir adiós, rechazan nuestros besos y abrazos, responden con exabruptos a los más inocentes comentarios.
Y hay más: prefieren contar sus secretos a cualquier desconocido antes que a sus padres, se burlan de nosotros, nos traspasan con algunas miradas asesinas o entran en crisis de ira, de llanto o de hosco silencio sin causa aparente.
Por no hablar de la ropa que llevan, de la forma en que hablan o de la música que les gusta.
Tras una infancia feliz y una relación padres-hijo satisfactoria, la adolescencia es una sacudida. Pero si la relación ya era mala, o no había relación digna de tal nombre, comprenderás que la adolescencia no va precisamente a arreglarlo todo. Puede ser un verdadero desastre.
Si haces obedecer a tu hijo por la fuerza o por la amenaza de la fuerza o a gritos, ¿qué harás cuando sea más alto y más fuerte que tú? Permite que tu hijo actúe no por temor, sino porque desea obrar bien. Ese deseo le durará toda la vida.
Si le dejas llorar en la cuna, si no acudes cuando te llama, si deliberadamente haces oídos sordos a sus quejas, si le haces callar porque no te deja oír la tele, ¿esperas que a los trece años te pida ayuda en sus dificultades, te confíe sus secretos, te consulte sus problemas?
Los niños deben saber que pueden confiar en sus padres en cualquier momento, para cualquier dificultad, que no se les negará la ayuda que necesitan.
Pero si enseñas a tu hijo a obedecer siempre y sin rechistar, “porque lo digo yo”, “no me contestes”, “no quiero oír ni una palabra más”, ¿cómo esperas que sepa negarse cuando le ofrezcan alcohol, pastillas, relaciones sexuales que no desee o participar en una gamberrada?
No te embarques en una lucha constante e inútil. La adolescencia pasará, así que concéntrate en mantener hasta entonces una buena relación.
Pues bien, hay esperanza. La adolescencia es dura a veces, pero pasa. Si no, piensa un poco: tú también fuiste adolescente, ¿no?
¿Por qué la adolescencia es una etapa tan difícil?
Todo tiene su lado positivo. Te ofrezco unos consejos útiles para sobrellevar esta etapa.
- INTENTA VER SUS CUALIDADES
Busca el lado bueno, siempre lo hay. Seguro que tu hijo hace muchas cosas bien a lo largo del día, e incluso las que hace mal no las hace todo el rato.
En vez de convertirte en el típico padre o madre cascarrabias, rumiando continuos reproches (“¡Cuántas veces tengo que decirte…!”, “¡Mira que me tienes harta con tus…!”, “ Y a eso le llamas tú…”, “Este fin de semana olvídate de…”), esfuérzate por buscar cosas positivas, recordarlas, nombrarlas en voz alta.
- CAMBIA DE PUNTO DE VISTA
Descubrirás que incluso algunas cosas que te parecían mal se pueden interpretar de otra manera. Piensa en esta frase como ejemplo: “Otra vez lo has dejado todo para la última hora, ¿crees que harás en una noche lo que no has hecho en todo el trimestre?”
Ahora compárala con esta otra: “Ayer te quedaste estudiando hasta muy tarde, veo que este lapso te lo tomas en serio”. O bien “te pasas el día de chat con los amigos, más te valdría hacer algo útil” frente a “tus amigos te quieren mucho, siempre te llaman”.
- HABLA BIEN DE TU HIJO
Los trapos sucios se lavan en casa. Los padres caemos con demasiada facilidad en la pequeña venganza de reunirnos con otros padres para poner verdes a nuestros hijos: “Si te cuento cómo tiene la habitación…”, “Y el tío, encima, va y me pide dinero para un disco…” Intenta evitarlo. ¿Qué pensarán los demás de tu hijo si hasta sus propios padres lo critican? ¿Te gustaría que tu hijo fuera contando todo lo que sabe de ti?
- RECUERDA TU ADOLESCENCIA
Haz memoria. ¿A que también discutiste alguna vez con tus padres? ¡Y más de una! Intenta recordar qué sentías, por qué dijiste lo que dijiste y por qué hiciste lo que hiciste. Intenta imaginar qué sentían tus padres, por qué dijeron lo que dijeron (¡seguro que ahora te resulta más fácil!).
¿Todavía estás convencido de que tenías la razón, toda la razón, y de que tus padres eran unos retrógrados y autoritarios? Pues a lo mejor es eso lo que piensa ahora tu hijo.
- DALE TIEMPO
Y a lo mejor también tiene razón (¿o también se equivoca?) ¿O, tal vez, con la perspectiva que dan los años y la experiencia, comprendes ahora que tus padres también tenían parte de razón, que tuvieron que (o que, honradamente, creyeron que tenían que) hacer lo que hicieron, que tú tampoco se lo pusiste fácil?
- PIENSA QUÉ ES LO IMPORTANTE
Reserva tu autoridad para los problemas serios. ¿Qué más da que se tiña el pelo de verde o de rojo? Si saca buenas notas, ¿qué importa que estudie delante de la tele o mientras oye música?
Evita todos los conflictos que puedas evitar, transige en todo lo que se pueda transigir… y no temas ejercer tu autoridad cuando sea realmente necesario, cuando haya que cortar de raíz algún peligro.
Si no has desperdiciado tu autoridad prohibiendo mil tonterías, es más fácil que te obedezcan en lo que realmente importa.
- MANTÉN LA CALMA
Antes de decir o hacer una tontería, cuenta hasta diez, hasta cien, hasta un millón. Y, al final, mejor que no digas nada. Las palabras pronunciadas ya no se pueden recoger después.
Repite como una letanía, o un mantra: “Él no es así”, “son las hormonas”, “se le pasará”, “él no es así”, “son las hormonas”…
- RECUERDA QUE TE QUIERE
Tal vez lleva un tiempo en que casi no lo demuestra, en que rehuye los besos y abrazos. Pero te quiere igual; y si sabes estar atento, lo notarás.
Un padre que conozco repite con orgullo las palabras de su hija de quince años: “Dicen mis amigas que qué suerte tengo, porque les he dicho que no me castigáis nunca”. “Momentos así”, dice mi amigo, “dan sentido a una vida”.
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