La elección presidencial norteamericana es seguida con mucha atención por la comunidad internacional; EEUU es un actor fundamental en la dinámica global y muchos ponen sus esperanzas de desarrollo, alianzas u orientación de acuerdo a la tendencia que dirija la oficina oval de la casa blanca, tradicionalmente disputada entre demócratas y republicanos, partidos dominantes en la democracia de este país, quienes vienen de atravesar un férreo combate en primarias en ambos lados de la cera, dando como resultado la nominación de Donald Trump y Hillary Clinton junto a sus formulas Mike Pence y Tim Kaine respectivamente para la vicepresidencia.
Trump y Clinton son impares por razones contrapuestas. El primero, por su éxito en impulsar, con total falta de escrúpulos y absoluto desdén por la decencia, la peor mezcla posible de irracionalidad, manipulación, populismo, nativismo, aislacionismo, crispación y odio que se haya visto en una campaña. La segunda, por la forma metódica en que construyó, con admirable solidez intelectual, competencia, racionalidad, disciplina y sentido estratégico, un proyecto político que, no ajeno a las contradicciones, representa lo mejor posible para la coyuntura estadounidense y global.
Nunca las diferencias entre dos candidatos y sus partidos habían sido tan marcadas y profundas, como reflejo de dos grandes fenómenos: las fracturas originadas por cambios socioeconómicos estructurales y su manipulación por un partido (el Republicano) y su candidato para capturar la presidencia, lo cual a su vez trae complicaciones a las elites del partido generando divisiones y coqueteos de muchos de sus antiguos lideres con otro fenómeno electoral a tomar en cuenta, el creciente partido libertario con la candidatura de Gary Johnson a la cabeza, sin chances de ganar, pero que amenaza con romper el dominio total del bipartidismo atrayendo a los escépticos de lado y lado.
Al revisar las tendencias demográficas, parece imposible que Trump pueda ganar. Salvo los votantes blancos con poca escolaridad, los fanáticos del Tea Party y algunos sectores de la ultraderecha religiosa, su arraigo es débil. Clinton, en cambio, atrae a personas educadas, mujeres, negros, latinos, asiáticos, judíos, otras minorías y parte de los sectores que se inclinan por su adversario, además de contar con el apoyo del matrimonio Obama, enormes influenciadores de la campaña junto a otros perfiles. Pero existen dos dudas clave: si su fría racionalidad podrá imponerse a las viscerales emociones que genera Trump y si los grupos que la apoyan votarán masivamente.
Los resultados de las convenciones han dejando como tarea pendiente para los demócratas terminar de acoplar a los seguidores del Senador Bernie Sanders, quien ya mostro su apoyo a Clinton, pero que tendrá un papel importante en mantener las fuerzas demócratas totalmente unidas, cosa que en el ala republicana luce mucho más compleja con los ex candidatos Ted Cruz, Jeb Bush, Marco Rubio o John Kasich quienes han tomado distancia y salvado responsabilidades por la asunción de Trump como la opción presidencial de su formación política, mensaje negativo para la base, que luce desorientada para enfrentar la contienda.
Trump refleja claramente el ascenso de un populismo radical, molesto, poco preparado, que no logra moldear ninguna propuesta sólida sino que le apunta a cualquier cosa que las mayorías quieran escuchar. Pero es allí, donde precisamente Trump ha sido hábil, pues ha explotado los peores temores de una masa obrera descontenta y un electorado blanco conservador, que considera a los negros e inmigrantes como sus principales obstáculos de progreso.
Ahora bien, las encuestas demuestran que a Trump no le alcanzaría, pero él ha demostrado una y otra vez sobreponerse a los peores vaticinios, no sabemos si en últimas vaya a lograr superar la barrera que tiene, pero por ahora las encuestas muestran que Clinton ganaría, Hillary tiene a su favor su experiencia como exsecretaria de Estado, sus relaciones internacionales y la percepción de una mujer seria, brillante, sensible a problemáticas sociales de su país. Ella, sin embargo, también representa todo aquello que una gran parte del electorado estadounidense mira con cautela hoy día. Hace parte del ‘american establishment’, representa la vieja política tradicional y hace parte de la casa Clinton, que viene sonando hace más de 30 años en el país.
En medio de una campaña violenta, en la que tres cuartas partes de los estadounidenses dicen estar decepcionados de sus políticos, lo peor no ha terminado. La guerra entre Trump y Clinton promete ser más dramática que la del reciente filme ‘hollywoodense’ Batman Vs. Superman. Nada está dicho, aunque algunos preferirían que todo terminara ya, finalmente tanta polémica electorera hace mermar el debate real que hoy deben asumir los EEUU de cara a si mismos, al resto de América y al mundo.
Daniel Merchán
@Daniel_Merchan en Twitter.
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