Un sábado a mediodía en un barrio caraqueño se interrumpe la cotidianidad y solo se escucha el rugido de las motos. Mientras transcurren los minutos, más vecinos se agrupan en la acera para contemplar con curiosidad un espectáculo que en Venezuela nació en los barrios populares: las motopiruetas.
Un reportaje de RT revela que en la Calle 11 del sector Los Jardines, en la parroquia El Valle, en el suroeste de Caracas, está atravesada por cintas amarillas de precaución. A la cuadra, con acceso peatonal cerrado, se incorporan más personas que esperan desafiar la gravedad y hacer acrobacias en dos ruedas.
Quienes están fuera de la cinta amarilla ven desfilar velozmente ante sus ojos a estos motorizados que hacen distintas figuras, con una destreza que parecieran volar sobre el pavimento. La tensión y la adrenalina se sienten en cada rincón, incluso entre el público.
Cada vez hay más jóvenes que desean aprender esta disciplina extrema, que se originó hace décadas en pistas clandestinas improvisadas en vías rápidas o en algunas zonas populares caraqueñas. Un grupo de pilotos habló con RT sobre la función social de esta práctica en sectores vulnerables, los estigmas que combaten y su búsqueda para que sea reconocida como deporte federado.
‘Pedro Locura’
Pedro Aldana, conocido desde niño como ‘Pedro Locura’ por sus acrobacias, tiene una vida muy activa en Instagram, donde tiene más de 60 mil seguidores. Desde allí suele invitar a sus seguidores a distintos eventos de ‘stunt riding’, como se le llama en inglés a las acrobacias en moto.
Aldana, de 33 años, nació en el barrio El Amparo, en Propatria, una urbanización popular en el extremo oeste de Caracas. Desde pequeño ha sentido pasión por los vehículos de dos ruedas: primero fue la bicicleta y posteriormente la moto.
«Me inicié en Propatria. Allí veía a mis tíos que practicaban piruetas, seguí sus pasos y lo llevé a otro nivel, porque me lo he planteado profesionalmente», recuerda.
Al hablar sobre las destrezas necesarias para participar en este tipo de exhibiciones explica que se necesita una buena condición física y una preparación similar a la necesaria para hacer motocrós, bicicrós o BMX.
«La gente nos apoya pero creo que falta que nos den el voto de confianza que necesitamos para abrir esa puerta», que es convertir a las motopiruetas en un deporte federado, asevera Aldana durante un evento en El Valle donde la mejor presentación será premiada con cascos, cauchos y aceite para los vehículos, que suelen ser costosos.
«Nos ven feo»
Más allá del estado de las vías, las condiciones de la motocicleta, los gastos de mantenimiento o la propia habilidad para conducirla, quienes hacen acrobacias con las motos se encuentran con un gran obstáculo: los prejuicios.
Rubén Delgado, con una experiencia ocho años haciendo motopiruetas, dice que aún no se le considera a esta disciplina como un deporte porque hay estigmas. «Hay prejuicios, nos ven feo. Queremos que la gente se dé cuenta de que no es así».
Por su parte, Carlos Gutiérrez Marquina, conocido como ‘Carlos Piruetas’, agrega que en algún momento serán reconocidos como deportistas. «Aquí no hay malandros, nos gusta esto. La gente ve una moto y piensa que son malandros o que quieren robar, pero creo que eso ha cambiado un poco».
Antonio Bastidas, de 25 años, también se refiere a la segregación. Dice que «por la indisciplina de muchos» los ven como delincuentes. «Nosotros trabajamos, estudiamos y no robamos, pero hay quienes nos ven haciendo caballito (postura básica en la que la rueda frontal queda suspendida en el aire) y dicen: ‘Ahí va el delincuente ese’, incluso la Policía nos persigue pensando lo mismo».
Sobre la percepción de los demás, explica que aunque algunas personas piensan que lo que hacen carece de sentido, para ellos no es así porque participan en distintas actividades de competencia y ganan premios en metálico o en artículos para sus motos.
Niños y motos
Hacer equilibrio con las motocicletas genera mucha curiosidad en los niños y jóvenes que han crecido en entornos donde es frecuente el uso de esos vehículos. Esto ha sido aprovechado por Aldana y por Delgado, que además de sus exhibiciones, han apostado por la formación en esta área.
Aldana creó una escuela en Propatria donde acuden menores de edad, acompañados de sus representantes, mientras que Delgado afirma que actualmente entrena a ocho muchachos. No todos son apoyados por sus padres porque consideran que es peligroso.
«Nosotros enseñamos a los niños para que más adelante no agarren una pistola sino una moto. Empiezan con la bicicleta, pasan a la moto y después siguen con las motopiruetas», explica Gutiérrez Marquina.
Los organizadores deben ubicar los espacios y obtener los permisos para realizar las actividades, sobre todo con las regulaciones por la pandemia. La clandestinidad, que era un sello de las acrobacias, ha quedado temporalmente de lado. Sin embargo, aún en eventos planificados puede llegar la Policía y mandar a parar la exhibición.
Frente al recelo de algunas autoridades y de los habitantes de determinadas zonas, lo organizadores aseguran que estos eventos buscan que las comunidades se integren a estas actividades para motivar a los jóvenes a que practiquen el deporte con las condiciones de seguridad adecuadas.
«Es riesgoso para los que no saben»
Gutiérrez Marquina tiene 26 años y desde los 11 hace piruetas. Cuenta que le atrajo porque «no es nada fácil» pero que con práctica y precaución puede dominarse.
«Aunque es riesgoso para los que no saben o que quieren aprender rápido y se caen, para los que ya tienen experiencia no es nada peligroso. Ya uno lo ve como un hobby».
Asegura que con seis meses de dedicación cualquiera puede defenderse. «No va a ser un profesional pero viendo a los que están más avanzados le va poniendo más corazón».
Soemí Hernández, de 24 años, tiene doce años manejando la moto y es últimamente que se volvió fanática de las piruetas. «Empecé a conocer a personas que las hacen y eso me motivó a aprender porque me dio curiosidad», dice una de las pocas chicas que están en la pista.
En esta oportunidad está de «parrillera» (copiloto) porque tanta gente la pone nerviosa. «No estoy bien preparada y debo estarlo para formar parte del espectáculo y no dañar a nadie», explica. «De parrillera también la adrenalina es a millón, se me acelera el corazón de una manera impresionante. Me encantan las locuras», suelta emocionada.
Ella tampoco ha podido escapar del estigma. «Mucha gente me discrimina, creen que soy pareja de alguien con ‘mala conducta’ porque ando en moto o por cómo me visto, pero no, soy una chica sana, me gusta trabajar, ganarme mis cosas como debe ser, y no les presto mucha atención».
Tener un espacio
Bastidas cree que tener un espacio para practicar sería un primer paso para la legalización del deporte. «Estaríamos fino (bien), más organizados, seríamos un ‘team’ completo».
Cada piloto tiene sus vehículos «doble propósito», porque la mayoría no puede adquirir motocicletas de alta cilindrada, como las que se ven en otros países al hacer acrobacias. Así que de lunes a viernes las usan para trasladarse o para realizar trabajos como mensajeros, mototaxistas o repartidores, mientras que los fines de semana son para las exhibiciones y competencias.
«Nos gustaría tener un espacio al que ir los domingos, que son los días que tenemos para practicar. Que no tengamos que ir a una calle sola donde llegue la Policía y tengamos que correr», agrega Aldana.
Las competencias
Para participar en las competencias hay un requisito fundamental: el uso de casco y de guantes. Algunos de estos eventos se han realizado en ciudades de estados venezolanos como Aragua, Bolívar, Carabobo, La Guaira y Miranda.
En este tipo de contiendas los jueces evalúan la complejidad de las piruetas, el tiempo de ejecución y las destrezas en la pista. Quien haga la mejor acrobacia, sin bajar los pies al suelo y sin apagar la moto, tendrá mayor posibilidad de quedar en los primeros lugares.
Hay decenas de acrobacias que pueden practicarse y ser evaluadas, entre ellas se encuentra ‘Supermán’, que implica poner un pie en el asiento y otro en el aire; ‘Señorita’, en la que los dos piernas van hacia el mismo lado; ‘Beso de la muerte’, que consiste en poner el cuerpo boca abajo y lo más vertical posible a la vez que se acerca la cabeza al guardabarros.
Cactus24 30-08-21
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